Se estabiliza la economía y Argentina enfrenta un dilema: ¿nuestra última elección?

Columna de Opinión del Economista Germán Fermo

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Albert Einstein dijo una vez algo así como: “Cualquier tonto inteligente puede hacer cosas más grandes y más complejas. Se necesita un toque de genialidad y mucho coraje, para moverse en la dirección opuesta”.

Los humanos en general -y más aún los temperamentales argentinos-, somos presa de la paradoja de Einstein y usualmente caemos en la sobre-complejización de eventos y las elecciones que se nos vienen en Argentina no parecerían ser la excepción.

Quizá, a la luz de un 2018 catastrófico se nos viene nublando la razón y tal vez estemos complicando una decisión electoral que es sumamente más sencilla de lo aparente, por lo trágico que sería equivocarse esta vez. El 2019 les exigirá a los argentinos una sobredosis múltiple de sentido común, un atributo sumamente escaso entre nosotros.

Lamentablemente, porque me encantaría, este no es tiempo de Hayek, es tiempo de Nash, es momento de no caer en el dilema del prisionero y coronar, por tontos y enojados, al emperador dictatorial como nuevo jefe o “jefa” de Peronia. Peronia más que nunca deberá protegerse de sí misma, lo cual representa un desafío monumental.

El paradigma de la próxima elección se resume en dos bandos: los que están del lado de una república democrática y los que no. El resto es puro chamullo. Una ingenuidad electoral en 2019 nos condenará seguramente al abismo, un agujero negro sin retorno y en este contexto, la economía pasa a un plano irrelevante. Si seguimos así de enojados y castigamos a este pésimo gobierno, quizá no nos quede república para la próxima elección.

El 2019 no es año de ingenuos

Se acercan tiempos políticos en donde si jugamos a los "votantes decepcionados" quizá terminen ganando los verdaderos malos. Ojo, mucho ojo, que por castigar al menos malo, terminemos empoderando al peor de todos. No vaya a ser cosa que por hacernos los pulcros ortodoxos terminemos devolviéndole el poder a la esencia más virulenta y perversa de Peronia.

Ésta será una de las elecciones más estratégicas que enfrentarán los argentinos y más que nunca habrá que tragarse la decepción y entender que lo que se nos viene es un intenso juego de póker. No es tiempo de utopías, ni de adolescentes soñadores, hay muchísimo en juego para jugar la carta del “quilombero irresponsable”.

En este entorno de decepción generalizada y sumamente justificada hacia Cambiemos, un partido que prometió todo y no cumplió nada, me permito preguntar: ¿si vuelve la dictadura K, esa misma que hoy elogia a Maduro, qué vida nos espera? ¿Si regresa el “peronismo amigable”, ese que hasta el 2015 apoyaba al kirchnerismo, qué garantías tenemos de que la secta K no se termine infiltrando?

Como liberal que soy, me gustaría votar a un Churchill, pero las restricciones cuentan, y hoy mas que nunca se trata de la elección del “menos malo” porque si el “menos malo” pierde, ganará el peor de todos y con él fallece nuestra libertad. Más que nunca, la Argentina necesita de un voto sumamente responsable que se trague la pésima gestión de Cambiemos en beneficio de nuestras instituciones.

¿Si vuelve la dictadura K, qué vida nos espera? Me gustaría votar a un Churchill, pero las restricciones cuentan. El tiempo de castigar a Cambiemos llegará, aunque claramente no es éste.

La elección de este año es muchísimo más sencilla de lo que muchos advierten: “institucionalidad” vs “no institucionalidad” o más fácil aun, M vs K. Y en este frente, Cambiemos es claramente la única opción con chances presidenciales que asegura una razonable transición dentro del marco del respeto a los derechos cívicos de cada uno de nosotros.

Sin república, ninguno de los múltiples dramas que padecemos será resuelto; por el contrario, serán exacerbados. El tiempo de castigar a Cambiemos llegará, pero claramente no es éste. Cambiemos es ese rejunte de mediocres autodenominados brillantes que nos garantiza cierta institucionalidad y decencia en este bendito país y en la Argentina miserable y devastada que hoy tenemos, son la mejor opción posible solo porque los argentinos no se animarán a nada más agresivo que a esto. La principal restricción a cualquier cambio posible es nuestra apabullante mediocridad.

El flanco más débil en la gestión del Presidente Macri es en economía

El equipo de Mauricio Macri exacerbó lo que ya era una pesada herencia proveniente de los tiempos K y a fuerza de soberbia y exceso de confianza nos llevó a la crisis cambiaria de mayo 2018, una crisis que se expandió al punto tal de contaminar seriamente al riesgo país, una variable clave para una nación que necesitará endeudarse por largos años.

Lamentablemente, el equipo de economistas de Cambiemos en vez de ir por menos socialismo, fue por más, y así llegamos a la explosión cambiaria, inflacionaria y colapso de la economía real que aun hoy en día estamos observando.

Desde el 2001, la economía argentina necesita una dosis de ortodoxia económica en todos los frentes y ahí se marca el gran dilema de esta aldea confundida a la que todos llamamos Argentina: el permanente conflicto entre “lo que se debe hacer” y “lo que los argentinos permiten”.

Argentina es un país repleto de populistas

Cualquier gobierno se enfrentará con una nación repleta de gente que vive quejándose de los efectos perversos de un Estado enorme y corrupto pero que a la vez se niega a embarcarse en un costosísimo y largo sendero de reformas estructurales que precisamente limiten los efectos perversos de ese Estado glotón y parasitario.

La principal restricción para que Argentina pueda abandonar al populismo y embarcarse en un sendero hacia la ortodoxia de mercado es la “mental”. Lamentablemente, durante estos 74 años, la convicción de los argentinos fue girando en defensa de un socialismo populista que no hizo otra cosa que empobrecernos y aquí estamos hoy: las dos ofertas electorales mayoritarias son populistas y eso habla de dónde se centra el votante medio.

Cualquier individuo que pretenda ser Presidente deberá lidiar con esta restricción que representa un obstáculo formidable a cualquier intento de cambio razonable en la dirección opuesta. Por lo tanto, el lamentable debate que los argentinos permiten está restringido a cuánto de todo lo que se debe hacer podrá efectivamente concretarse.

De esta forma, cualquier candidato a Presidente debe mostrar dos listas: “la del deber ser” y “la de lo políticamente posible”. Y si los hace sentir mejor, podemos por un rato no más, suponer que esta restricción no existe y que la Argentina de hoy permita autorrealizarse todas las reformas que son indispensables para salir de esta rotunda decadencia en la que estamos.

Pero saliendo de la utopía de suponer que la restricción mental no existe, nos topamos con una sociedad inflexible al cambio que exige de un líder que sea capaz de lograr consensos básicos “a lo chileno” y tomarnos treinta años para conseguirlo. Aunque parezca un chiste, “treinta años a la chilena” es el escenario más agresivo de cambio que los argentinos permitirán por lo tanto, “la mediocridad asistida” es el mejor escenario alcanzable para una sociedad que se resignó a perder.

La estabilización de corto plazo es clave para una sociedad en permanente histeria

De a poco, y en forma sumamente imperfecta, la economía argentina empieza a alcanzar una estabilidad múltiple cortoplacista entre tres frentes. De la mano del Fondo Monetario Internacional se empiezan a conseguir tres objetivos de estabilización.

Primero, estamos acercándonos a déficit fiscal primario cero, lo cual relativo al desequilibrio del año pasado es una noticia aceptable. Por supuesto que hay mucho más por hacer en el sentido que dicho equilibrio se basa en suba de impuestos y no contempla los intereses de la deuda, pero es un avance considerable.

Segundo, el sector externo comienza a achicar también su déficit, principal fuente de drenaje de dólares, lo cual también reduce la tensión sobre el mercado de cambios.

Tercero, de a poco y más lento de lo que sería optimo, la inflación comenzará a desacelerar, en especial, durante el segundo semestre cuando se culmine con el ajuste tarifario.

Nada de esto es perfecto, nada de esto es deseable, pero frente a una sociedad potencialmente esquizofrénica, es probablemente lo menos malo a conseguir dados todos los yerros del pasado. Y en este contexto, cualquiera sea el Presidente electo en octubre 2019, deberá hacer notar en su agenda tres reformas claves: previsional, laboral y tributaria.

cualquiera sea el Presidente electo en octubre 2019, deberá hacer notar en su agenda tres reformas claves: previsional, laboral y tributaria.

Durante estos primeros cuatros años de gestión del Presidente Macri ha quedado claro que Cambiemos ni si quiera se atrevió de marcar en la agenda los puntos neurálgicos de una nación que necesita ser restructurada en forma urgente. Sin paciencia y sentido común, nada será posible y mas aún, sin república nada importará. Atentos.

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