El riesgo de la "carta china" para enfrentar la renegociación de la deuda

Columna de análisis de los profesores de la UNR, Esteban Actis y Nicolás Creus

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Todos los ciclos políticos que se sucedieron en Argentina desde el retorno de la democracia terminaron en tensión con el sistema financiero internacional, dejando como tarea y precondición para el inicio de un nuevo ciclo la recomposición de los vínculos con lo distintos actores de la globalización financiera.

El gobierno de Mauricio Macri no ha podido escapar de esta triste particularidad. Desde las PASO hasta aquí, la confianza de parte de los mercados se minó por completo, el riesgo país se disparó hasta los 2500 bps, los fundamentos económicos aceleraron su deterioro y se complicaron los ejercicios de sostenibilidad de la deuda al punto de llevar al gobierno a plantear un “re-perfilamiento” compulsivo y caer en la categoría de “default selectivo”.

Lógicamente, más allá de la dinámica que asuma la transición –dato no menor por otro lado–, el próximo gobierno deberá normalizar la relación del país con el sistema financiero internacional como primera medida para asegurar de manera sustentable el programa financiero de los años subsiguientes. La renegociación de la deuda con el FMI es inevitable así como también lo es la necesidad de aclarar el horizonte de la deuda con los privados. En ambos procesos, la relación con Estados Unidos en tanto principal aportante del organismo multilateral y actor dominante del sistema financiero internacional, se torna fundamental para el éxito.

A modo de ejemplo, después del default de 2001, el apoyo de EEUU fue un factor clave tanto en la negociación con el FMI como en lo que fue el proceso de reestructuración de la deuda privada. Vale aclarar que en aquel entonces, el respaldo norteamericano estuvo impulsado fundamentalmente por el temor al contagio de la crisis argentina y la necesidad de velar por la estabilidad financiera global. Por el contrario, en la actualidad el peligro de contagio desde Argentina es relativamente bajo. Más allá de la delicada situación que atraviesa la economía internacional, lo que hoy acontece en Buenos Aires no parece alterar la dinámica de otros mercados emergentes que presentan, la mayoría de ellos, una solidez en sus fundamentos macroeconómicos. A diferencia de los ochenta y finales de los noventa, la inestabilidad financiera de Argentina es una rara avis.

No obstante, el apoyo de EE.UU. sigue siendo clave y tan necesario como otrora para recomponer el vínculo con la comunidad financiera internacional. En consecuencia y a razón de lo dicho, en esta oportunidad la negociación del respaldo (y la vinculación de cuestiones) deberá correr por carriles diferentes.

En este contexto y en el marco de la debilidad e indefensión en la que se encuentra la Argentina de cara a los complejos procesos de negociación referidos, el virtual presidente electo Alberto Fernández deslizó de manera expresa la posibilidad de jugar la “carta china” para salir de la emergencia y reforzar así la posición negociadora del país. Los costos de la Casa Blanca de dejar a su suerte a la Argentina no vendrán por la dimensión económica sino por la geopolítica, en relación a una posible mayor injerencia de China sobre el país sudamericano.

Sin embargo, la apuesta por China no parece para nada sencilla. El financiamiento que China estila brindar a priori no resulta suficiente para cubrir los abultados compromisos que hoy tiene la Argentina.

Asimismo, la clave para el próximo gobierno no pasa solo por obtener financiamiento sino también por bajar el riesgo país y mejorar las condiciones tanto para el refinanciamiento de los vencimientos de deuda como para el acceso al crédito de los distintos agentes económicos que operan en el país. En este sentido, para que la apuesta por China sea efectiva debe primar un contexto de “bipolaridad distendida” (diálogo y negociación entre las potencias) de modo que el acercamiento al gigante asiático no conlleve represalias ni sea objeto de una mala lectura de parte de Wall Street.

Por otro lado, si bien China es el gran acreedor mundial lo cierto es que cada día presta menos a partir de la consideración de aspectos geopolíticos y tiene más en cuenta los aspectos vinculados al riesgo local. Los casos de Venezuela y Pakistán constituyeron buenos ejemplos que pusieron de manifiesto la necesidad de Beijing de prestar mayor atención a las condiciones existentes para el retorno del capital más allá de los objetivos de política exterior.

El desafío será no devenir en un instrumento de China en su disputa con EE.UU. y mantener el delicado equilibrio entre las potencias.

De este modo, si bien la necesidad de blindar la región es una preocupación de EEUU en el marco de un orden internacional marcadamente bipolar –signado por su disputa con China–, será clave no sobreestimar los márgenes de acción disponibles. Resulta claro que la agenda al crédito que deberá encarar el próximo gobierno está principalmente en Washington y no en Beijing. La apertura de fuentes alternativas de financiamiento es algo valorable y ciertamente China puede ser un buen instrumento en este sentido aunque el riesgo que entraña la jugada puede no ser menor dependiendo del grado de rigidez que asuma el contexto externo. El desafío será no devenir en un instrumento de China en su disputa con EE.UU. y mantener el delicado equilibrio entre las potencias.

Fuente: Esteban Actis y Nicolás Creus, UNR

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