Acerca del Covid-19 en la economía política: otro modo de ver

Por Angel José Sciara, contador público, magíster en Desarrollo Económico, ex Secretario de Hacienda y Economía de la Municipalidad de Rosario y ex vice decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Estadística de la UNR

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Y entró la pandemia sin ser invitada

Hacia fines de febrero de 2020, presidentes de países desarrollados, periodistas connotados y filósofos de renombre, pisaron una cáscara de banana y patinaron feo: minimizaron lo que se avecinaba, no le dieron importancia comparando con otras epidemias en la historia y, consecuentes, los formuladores de políticas públicas (“policy makers”) se dejaron estar.

Hoy no sirve sostener que el coronavirus es de laboratorio, es un invento o que los medios de comunicación (no para disculparlos de sus excesos) lo exageran, o cualquiera de las razones que el imaginario colectivo ha difundido. Lo cierto es que hay hospitales colapsados en el llamado primer mundo, como en Bérgamo, miles de muertos, barcos en el rio Hudson y hospitales de campaña en el Central Park, tumbas colectivas en la isla Hart. ¡Qué más evidencias necesitamos!

El efecto sobre la economía mundial es de convulsión y parálisis. La actividad ha caído estrepitosamente, con una rapidez pocas veces vista, aumentando el desempleo, la quiebra de empresas y disminuyendo el nivel de actividad económica: sería la mayor caída desde la crisis del 29, dicen.

Un falso dilema

¿Hay un dilema entre la salud y la economía? No. ¿Hay una carrera? Tampoco, aunque si la hubiere, sería como la aporía de Zenón de Elea o paradoja de Aquiles y la tortuga, siendo el coronavirus la tortuga. Éticamente, hoy (y siempre) la salud tiene dominancia sobre la economía. Es un derecho del ser humano que debe ser garantizado por el Estado, simplemente por serlo. Es obsceno sostener que hay que cuidarlo porque es un recurso que, en tanto enfermo, no produce.

Sin duda, la ética que debe presidir toda decisión política, impone atender prioritariamente la salud de la población, aun cuándo haciéndolo se afecte a la actividad económica y viceversa. Si hoy estamos viendo en tiempo real como se expande el contagio, si desconocemos las características del virus, si una vacuna no se la tendrá en el corto plazo peligra la salud mundial, entonces, la estructura y medios sanitarios y la atención de la población es lo primero. En una reciente encuesta se encuentra que un 74% responden que la cuarentena es una medida adecuada y oportuna. Y lo que más preocupa son las consecuencias económicas (74%), luego la inflación (64%) y después el riesgo de contagio (63%). Se muestra que hay consenso sobre la gravedad y prioridad de la pandemia.

La globalización muestra su otra cara

La crisis ocasionada por el coronavirus pone de manifiesto el sesgo del capitalismo globalizado, con la enorme desigualdad en la distribución de la riqueza global (el 1% de las mayores fortunas poseen lo mismo que el 99% restante). Así mismo, a nivel de los capitalismos nacionales y, dentro de ellos, entre sus clases sociales. También evidencia el daño causado por los gobiernos neoliberales (o no tanto), seguidores del dogma de la mano invisible del mercado y del déficit presupuestario cero, que deterioraron los sistemas sanitarios, educativos y de la seguridad social. El individualismo liberal autosuficiente, domina el funcionamiento del capitalismo globalizado.

Si bien otras pestes han existido, si bien otros virus ocasionaron más decesos de los que hasta ahora presenta el coronavirus a nivel mundial, este es diferente. Qué tiene de singular? Creo que es su capacidad de adelantar un peón más en la transición del modo de producción capitalista, un elemento disruptivo adicional y poderoso a los que ya se venían sucediendo, sin que nos diéramos cuenta: la robótica, la internet de las cosas, la industria 4.0, etc. Con el coronavirus se desnudan aún más las distorsiones generadas por un sistema en el que la lógica del capital, no acepta la planificación preventiva para la atención de eventos extemporáneos como este.

En términos temporales, el entendido general de que no todos los efectos de los fenómenos económicos y sociales ocurren simultáneamente, no se cumple con el coronavirus: la pandemia y sus efectos son, en tiempos históricos, instantánea. En apenas tres meses el virus aparecido en Wuhan (y tardíamente dado a conocer) se extendió en el mundo como pandemia y paralizó la economía mundial. Sólo una decena de países no han sido aun afectadas por el virus. 

En los países desarrollados, y más aún en los emergentes, el coronavirus desnuda las distorsiones estructurales y hace más obscenas las desigualdades sociales. También pone de manifiesto la importancia de los trabajadores en la producción de bienes y servicios; las máquinas solas se oxidan. El teletrabajo permite resolver algunas actividades, pero no es relevante en la producción de riqueza.

No sólo hace evidente los problemas no resueltos en los sistemas de salud y educativos, en el régimen jubilatorio y asistencial, sino también en la estructura productiva y en el heterogéneo mercado laboral, agudizando, por ampliación e intensificación, los niveles de pobreza. Quedan patentizados los efectos perversos del Estado mínimo neoliberal y la necesidad que aparezca otro Estado como solución: un Estado protector social y satisfactor de los derechos de los sectores sociales más débiles. Paradójicamente, lo bueno es que la naturaleza se toma un respiro, se reconstituye el medio ambiente, poniendo en evidencia el uso abusivo e indiscriminado que el proceso productivo y la vida cotidiana hacen de él.

Si bien nadie duda que la pandemia es un problema global, la solución sanitaria (biológica y médica) y la recuperación económica y social también deben serlo; pero la globalización solo ofrece como remedio: “quedarse en casa”. La globalización no da respuesta al problema global, porque no se generó para eso, sino para concentrar riqueza en pocas manos y aumentar las desigualdades. No es la globalización de la solidaridad ni de la igualdad social en todos los momentos de la vida humana y del ecosistema.

Por su parte, las instituciones financieras y los mercados globales han fracasado en la protección del capitalismo y en impedir, más allá de la crisis sanitaria, la catástrofe de carácter político, social, económica y psicológica que se avecina, de la cual, al decir de Martin Wolf, acaso no nos recuperemos por décadas. No por ello hay que dejar de pedir involucramiento, aunque sea asistencial, de todos los gobiernos y un papel activo de los organismos internacionales en la área de la salud (OPS, OMS) y de financiamiento (FMI, BID, BM, etc.), en su búsqueda y apoyo mutuo.

Para salir primero tenemos que echarlo….al virus o ¿cómo y cuándo salimos de la cuarentena?

La atención de los sectores sociales y económicos más dependientes de ingresos adicionales o supletorios y ayuda alimentaria, así como los incentivos impositivos y crediticios a las pymes, con sus tiempos burocráticos y problemas logísticos, no siempre responden a los tiempos de las necesidades sociales y productivas; aún contando con el apoyo de innumerables organizaciones sociales. La flexibilización pautada y supervisada de la cuarentena es, por otro lado, un elemento a considerar para disminuir una posible reacción social negativa.

Aquí, la pregunta del millón es si contamos con la información adecuada para tener una función epidemiológica apta para la toma de decisiones. Por los pocos análisis de detección del coronavirus, pareciera que no hay un registro epidemiológico con un suficiente número de personas, estadísticamente hablando. O sea que con un diagnóstico precario no sería procedente tan sólo observar el comportamiento en los otros países, para garantizar una adecuada política sanitaria.

Cómo y cuándo salir de la cuarentena, es considerado una pregunta biológica: depende del comportamiento de la epidemia reflejada en la curva epidemiológica, sabiendo que habrá virus hasta que se descubra la vacuna que nos inmunice y conociendo el estado del sistema hospitalario. Es obvio que no ocurrirá un levantamiento de la cuarentena de un día para otro, sino una distensión gradual, programada y con protocolos de comportamiento: por actividades, por regiones, por edades, etc. Así, se iría facilitando la movilidad laboral y con ello la recuperación de la oferta de bienes.

Según el profesor Leung, de Hong Kong, se trataría de ora levantar, ora imponer el aislamiento (una especie de “stop and go” de la cuarentena), de manera de poder mantener bajo control la pandemia, a un costo económico y social aceptable. Pero agrega que para ello se necesitará contar con datos sólidos epidemiológicos y el movimiento agregado y anónimo de la población. Luego de haber calculado la capacidad de atención del sistema de salud, se debería preguntar cuanto puede aceptar la actividad económica y cuánto puede aceptar social y psicológicamente la población. Se trata de pensar cómo se sale paulatinamente de la cuarentena, tratando de minimizar los riesgos de que el virus se expanda rápidamente y colapse el sistema de salud. El día t+1 debe definirse cuidadosamente, sin apresuramientos, a la luz de la lección que ofrecen algunos países (Japón, Singapur, etc.) que se apresuraron y vieron resurgir las infecciones.

Lo que vendrá (y no es un tango)

La interconexión temporal de los efectos de las políticas públicas, nos debe alertar acerca de que la situación que se tendrá que enfrentar el “día después” (t+1) en materia económica y social dependerá de cómo se atienda y resuelva la problemática de la pandemia en la coyuntura actual. Hoy es el momento crucial. El futuro será distinto, pero nadie está en condiciones de decir cuan distinto; sus diferencias con nuestra vida en el pasado son impredecibles. Época de incertidumbre. Así, el control de las consecuencias económicas dependerá de la suficiencia de las políticas económicas que se apliquen y de que se resuelvan los conflictos geopolíticos latentes. Lo contrario agudizará los nacionalismos y llevará la economía mundial a una larga depresión con colapso del mercado financiero (Nouriel Roubini).

El capitalismo se reinventará, quizá no como capitalismo salvaje, pero siempre modo de producción movido por la lógica del capital, en su larga transición hacia otra formación social.

Todo apunta a que el sistema económico y social en el t+1 se organizará de otra manera. Habrá cambios en los procesos productivos, con nuevas actividades económicas, en los hábitos de consumo, en la logística de circulación de mercancías y en las relaciones interpersonales. También la globalización financiarizada, con sus efectos adversos en los capitalismos nacionales debiera cambiar, pero ello no ocurrirá en tanto capitalismo.

Después de todo esto ¿hemos visto afectada nuestra libertad? He leído al pasar algunos que dicen qué nunca antes se vio, salvo en el nazismo, tanto control sobre los ciudadanos. Una desmesura: a partir de la internet todo se sabe de cada uno de nosotros. La libertad como la propiedad privada, son relativas. Son un “constructo”, una conducta que se construye en el cerebro (Carlos Belmonte), entonces ¿cómo debe entenderse la libertad individual de elegir? Vale aquí recordar a Rosa Luxemburgo: “la libertad es siempre y exclusivamente libertad para aquel que piensa diferente”.

Otros, viendo lo acontecido en China, piensan que, como nunca, el Gran Hermano de Orwell se ha hecho presente. Esto último es mucho más preocupante a futuro; la cibervigilancia ya está entre nosotros y el “big data” abre la puerta a nuevos actores con poder informático. El peligro en ciernes es una administración cibernética del orden social.

Pese a todo ello, opongámosle a la presencia de la contingente angustia por el porvenir, la certeza del poder de la esperanza. Tengamos esperanzas en el hombre.

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