Alberto solucionó la herencia de Macri, ahora le queda resolver la de Cristina

Luciano Laspina, economista y diputado de Juntos por el Cambio, plantea que el acuerdo con acreedores de la deuda es necesario pero no suficiente para que Argentina crezca. Los desafíos

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Aunque faltan definir aspectos muy sensible relativos a las condiciones legales de los nuevos bonos, el acuerdo para la reestructuración de la deuda es una gran noticia para la economía argentina.

La discusión sobre la estrategia negociadora quedará para los historiadores. Concentrémonos en los resultados. El acuerdo se cerró con una oferta que en valores presentes es muy similar al acuerdo que selló Ecuador -con los mismos actores en la contraparte y con las mismas condiciones legales- que está lejos de las aspiraciones académicas que pretendía el Ministro Guzmán. Ecuador lo hizo en la mitad del tiempo, sin gatillar un default, y en base a negociaciones amigables con los acreedores.

El dogma de la sustentabilidad sucumbió ante el pragmatismo de la gobernabilidad. Desde el ala más pragmática de la coalición de gobierno aseguran que el ministro Guzmán no está satisfecho con los términos del acuerdo, más allá del empoderamiento que recibió por el cierre de las negociaciones. En su fuero más íntimo probablemente sienta que se arriaron todas las banderas: la de “la sustentabilidad” y la de “la nueva arquitectura financiera internacional”, que fueron los dos principios sobre los cuales se asentó la estrategia argentina desde un comienzo. Ambas banderas se entregaron en la negociación. Como dice el tango, el resto es puro cuento.

Sin quita de capital, el acuerdo redujo el cupón de intereses “promedio”, pero termina convalidando un cupón final de más del 5% que requiere un crecimiento de largo plazo de similar cuantía o un superávit primario (antes de intereses) del cual hoy se está muy lejos.  La postergación de los vencimientos del stock de capital en el tiempo y el step-up (la suba gradual) de los cupones nos sugieren que más que un alivio permanente se consiguió un respiro transitorio (¡bienvenido sea!) es decir, “patear la pelota para adelante”.

Al igual que Ecuador, Argentina mejoró su perfil de vencimientos (el riesgo de iliquidez) pero poco ha cambiado en términos de su posición de solvencia intertemporal. Esto quiere decir que, si antes del acuerdo éramos “insolventes” o “insustentables” hoy también lo somos. Un renuncio del ministro Guzmán o simplemente la confirmación de lo que veníamos diciendo: si se aproxima el problema con la métrica más tradicional -la del ratio deuda a producto- el problema de la deuda no era ni es tanto el numerador -el stock de deuda- como el denominador -un producto que hace 10 años está estancado. El acuerdo “compra tiempo” para repagar y la famosa “sustentabilidad” o capacidad de repago dependerá de que Argentina retome el camino del crecimiento.

La mayor parte del “ahorro financiero” está concentrado en los primeros 5 años y desde ahí los vencimientos de deuda comienzan a subir al igual que los pagos de intereses. Es una oportunidad que no debemos volver a desperdiciar, como pasó luego de la reestructuración de 2005-2010 cuando se aprovechó el oxígeno fiscal que dio la reestructuración y la “super soja” para financiar un revoleo fiscal y una expansión del gasto público inédita. Después la historia terminó como todos sabemos. Primero la vuelta de la inflación, luego el cepo y la devaluación, luego la deuda y crisis, y finalmente otra vez el cepo con más inflación. Son datos de la realidad. Después cada uno póngale el color político que quiera.

Salir del default y aliviar el peso de los vencimientos de deuda en el corto plazo es condición necesaria pero no suficiente para la estabilidad y la recuperación. Prueba de ello son los más de 10 años de estancamiento e inflación que viene sufriendo Argentina aún en tiempos en que seguíamos en default y cuando no había acceso a los mercados externos de deuda.

El problema sigue siendo el déficit fiscal. Gastar más de lo que se tiene. Este año será el más alto de los últimos 40 años. Para tener idea de magnitudes, la deuda externa reestructurada fue de poco más de USD 66.000 millones, mientras que el déficit de 2020 será –según las proyecciones oficiales de la flamante ley de Ampliación del Presupuesto- de más de USD 45.000 millones (medido al tipo de cambio oficial).  Son 10 puntos del producto de déficit fiscal, similar al de 1974-75, 1981-82 y 1988-89 en los prolegómenos de grandes crisis inflacionarias.

Ahora es momento de presentar un programa económico de ordenamiento fiscal y monetario que trace una hoja de ruta capaz de balizar un camino de salida. Sin esto, los desequilibrios fiscales y monetarios nos podrían depositar en una nueva crisis inflacionaria.

Argentina está atravesada por una trilogía que compone una tormenta perfecta: la pandemia, la crisis de deuda -cuyas causas subyacentes son el déficit fiscal y el estancamiento económico que el acuerdo posterga pero no soluciona- y una depresión económica de más de 10 años.

No hay que ser un genio, ni premio Nobel de economía, para darse cuenta que el problema de la Argentina no es sólo un problema de exceso de deuda. Evitar un nuevo default de la deuda o de la moneda (una devaluación) requiere resolver el déficit estructural y poner la economía a crecer. Para esto no alcanzan medidas aisladas de impulso a la demanda, básicamente porque Argentina tiene un problema de oferta.

¿Por qué digo que el problema no es de demanda sino de oferta? (más allá de caída coyuntural por pandemia). La inversión y el empleo llevan más de 10 años de estancamiento y caída y los ciclos de recuperación del consumo generan más déficit comercial e inflación que aumento de la producción y el empleo.

Son problemas gestados durante el kirchnerismo que el macrismo intentó pero no llegó a solucionar. El intento social y políticamente loable de salida gradualista generó endeudamiento externo y vulnerabilidad financiera. Eso es cierto. Pero el problema de fondo fue y sigue siendo la incapacidad de crecer.

Solucionar el problema de oferta parte de reconocer que el modelo de crecimiento está agotado y que solucionarlo requiere “barajar y dar de nuevo” en varios planos que son tabú para amplios sectores de la dirigencia política, empresaria y sindical. Básicamente consiste en eliminar los sesgos anti-empleo, anti-inversión y anti-exportación presentes en toda nuestra estructura impositiva y regulatoria, en los tres niveles de gobierno.

Destrabar el problema de oferta requiere -en simultáneo- bajar impuestos y equilibrar las cuentas públicas. Este milagro solo sería posible con un acuerdo político amplio para una reorganización del Presupuesto Nacional en base a una nueva priorización de objetivos. Sin un presupuesto más equilibrado no habrá recuperación sostenida. Y sin una recuperación sostenida no habrá un presupuesto equilibrado. Son dos caras de la misma moneda. Y como sabemos por experiencias recientes, se necesitan la una a la otra.

Para encarar este desafío es indispensable un gran acuerdo político. No creo equivocarme, porque hablo diariarmente con todos los actores de la política, que el gobierno cuenta con la oposición si decide presentar un plan económico que permita salir de la pandemia sin una crisis inflacionaria. Pero para el tango se necesitan dos. El gobierno debe definir el modelo de país que imagina para ver si el diálogo es posible. Sin eso, todo lo anterior es imposible.

Ahora que Alberto solucionó la herencia de Macri, sólo le falta resolver la de Cristina.

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